Educación: algunos puntos de partida (y de llegada)

Por José Luis Rinaldi

Educación: algunos puntos de partida (y de llegada)

El presente artículo busca presentar en forma breve algunas cuestiones liminares de la educación, las que en razón de su importancia pueden servir de puntos de partida para fijar una política educativa, pero también, como puntos de llegada. Ello en razón de que estas cuestiones están presentes no sólo al comienzo de toda reflexión acerca de la educación, sino también al final de todo proceso educativo.

1.      Acerca del concepto de educación.

1.1.   Etimología y uso vulgar del término:

Vamos a iniciar un acercamiento a la noción de educación, a través del origen etimológico de la palabra.  Proviene del latín, y es doble su significación:

*       Por una parte, “educere”, que significa educir, dar a luz, hacer salir, explicitar.  En este sentido, es sacar algo de dentro del educando. Sentido muy importante como veremos.

**     Por la otra “educare”, que es tanto como criar, cuidar, alimentar, formar, conducir.  Es aquí el llevar al educando de un estado a otro, de una situación a otra.

Ya veremos que la misma noción etimológica, nos está enseñando dos sentidos fundamentales:

(a)     Una idea de “proceso interior, de movimiento” de un hombre de ser menos a ser más, de estar encaminado hacia la perfección o a la obtención de valores:  EDUCERE.

(b)    Pero también nos señala la labor de otras personas, “la acción” que realizan quienes se ocupan de educar.  Los padres son los primeros educadores de sus hijos:  EDUCARE.

Y existe un tercer sentido, es aquel que se vincula con el resultado, con el grado de perfección que ha alcanzado un hombre.  Es cuando decimos “Juan es un hombre educado”.  Este es el sentido más vulgar, generalmente unido a saber convivir, a tener ciertas normas de urbanidad. (1)

Lo cierto es que tanto el origen etimológico con sus dos vertientes, como el vulgar, nos han mostrado la realidad compleja que se abarca con el término educación.  Así:

                                   —————  Proceso

EDUCACIÓN          —————  Acción

                                 —————  Resultado

Y es importante que desde ya insistamos en el valor de la triple significación.  Desmerecer u olvidar alguna de ella significará que perderemos el auténtico sentido del término.

1.2. Una definición:

Con esa primera aproximación, podemos intentar dar ya un concepto de educación, que buscará contener en sí esos tres aspectos señalados. Veamos la definición que se le atribuye  a Santo Tomás de Aquino:

“Promoción y conducción de la prole al estado perfecto de hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”, y agrega: “según el Filósofo, tres cosas recibimos de nuestros padres: el ser, el alimento y la disciplina.” (2)

Los tres sentidos expuestos en el punto 1.1. están contemplados en la definición del Aquinate:

  • Promoción: por su propio esfuerzo, va siendo más.  Conoce por la inteligencia, actúa con su voluntad.

(PROCESO) —————  EDUCERE

  • Conducción: Señala más bien la acción de terceros, agentes exteriores, que lo conducen y guían.

(ACCION)  —————  EDUCARE

  • Estado de virtud: Es el fin de la educación.  Aquí estamos en  el campo  del resultado, claro que en un sentido mucho más profundo y verdadero que el del sentido vulgar antes referido.  Alfonso X, “El Sabio” dice que hay que criar los hijos hasta el acabamiento de ser hombres (hombre en cuanto hombre). (3)

(FIN)

1.3.   Análisis causal de la definición:

Y la definición de Sto. Tomás también puede ser analizada desde el prisma causal.  Es decir, distinguiendo dentro de ella las cuatro causas de la filosofía clásica. Veamos.

  • CAUSA MATERIAL: responde a la realidad sobre la que actúa la educación; es el hombre: el educando en forma remota; en forma próxima, actúa sobre sus facultades: inteligencia y voluntad.

Esta es la materia sobre la cual debe actuarse.  Esta causa nos dice tan sólo que el hombre es un ser educable, y que en consecuencia no lo serán los “animales” (amaestramiento que no es educación) ni las “plantas”; y también que el hombre por la educación no recibe esencia alguna: sólo se explicitan sus potencias.

  • CAUSA FORMAL: la forma de la educación es un forma accidental (es una cualidad), en tanto mueve al ser hacia su perfección (4).

Precisamente residirá en la formación de hábitos buenos en el educando, que conformarán una vida virtuosa. El hábito bueno significa virtud, así como el hábito malo es un vicio.

  • CAUSA EFICIENTE: abarca tanto principios intrínsecos a la persona: el propio esfuerzo del educando, las potencialidades que hay en él y que explicita (educere), como también principios extrínsecos: los agentes de la educación, especialmente los padres y el docente (educare). (5)
  • CAUSA FINAL: Se refiere al fin que debe tener la educación, es el “status virtutis”, el estado de virtud, el “acabamiento como hombres”. El estado perfecto de hombre en cuanto hombre.

1.4.   La educación como perfección:

Y ya se habrá reparado que la palabra “perfecto”, “perfección” se repite en varias ocasiones. Es que resulta imposible separar “educación y perfección”, “educación y valores”. Porque, no tendría sentido hablar de promoción y conducción, de modificación del hombre, si esta transformación que se realiza en el educando no significara un mejoramiento, una cierta perfección, un adquirir valores.

Señala García Hoz (6) que en la “Enciclopedia Pedagógica” de Rufino Blanco, de 184 definiciones de educación que da (pertenecientes a autores de todos los tiempos y lugares de Occidente), buena parte de ellas hablan de perfección; otras hablan de plenitud del ser humano; otras de formación; otras del bien del hombre; otras la relacionan con el fin del hombre.

Así también el Concilio Vaticano II, nos dice que: “la verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas responsabilidades participará cuando llegue a ser adulto” (7).

Al fin, queda claro que la mayoría de los autores, y la misma Iglesia Católica, al definir la educación la han vinculado a la perfección, en definitiva, al bien del hombre.

Como bien se ha señalado, “Se trata de de permitir a cada niño que alcance la madurez física, la madurez moral, la madurez intelectual, la madurez afectiva. Pero ha de ser al modo cristiano, es decir cooperando con la gracia recibida del bautismo, como cada uno debe alcanzar esta madurez…” (8)

2.      Educación y naturaleza humana.

Llegado a este punto, es necesario dilucidar una cuestión de actualidad permanente en el campo educativo: se trata de saber si hay algún punto de referencia para poder distinguir cuando el proceso educativo está encaminado realmente hacia le perfección, el bien, el fin del educando.  Si hay en la educación una estrella, como la de Belén, que sirve de guía segura para reconocer si se está caminando por la senda correcta.

Es este un aspecto importante: aceptar que existe una pauta objetiva a través de la cual poder “mirar y comparar” a la educación impartida, o, por el contrario, negar que existe esta pauta objetiva y aceptar entonces que el fin de la educación es subjetivo.

  • Si existe: podemos hablar de verdadera y falsa educación, podremos juzgar los contenidos y el resultado.
  • Si no existe: pues tan sólo podremos describir fenómenos, pero no valorizar.  Quedarnos en los métodos, en la periferia, en el cómo, pero no preguntarnos por el qué enseñar.

Recalco aquí que el Concilio Vaticano II, precisamente al definir la educación dice “verdadera educación”, es decir, que acepta un criterio de valoración.

¿Y cuál será esa pauta objetiva, ese espejo donde reflejar la educación y según cómo se refleje, decir si es verdadera o si es errónea o falsa? Pues ese primer punto de referencia no es otro que la propia naturaleza del hombre.

El hombre, todo hombre, tiene una naturaleza que es lo que hace que sea hombre, pero, que además, no es sólo lo que hace que sea hombre, sino que también le señala cuál es su fin; y tiene también tiene un sentido dinámico, por cuanto nos muestra la forma ó el camino a seguir.

Naturaleza

—————

lo que somos  —————     el camino para  —————    lo que debemos ser.

Toda educación, para ser verdadera, lo primero que debe buscar es respetar esa naturaleza y más aún, debe explicitarla, debe desarrollarla, debe facilitar la actualización de las potencias que hay en el hombre (paso de la potencia al acto), y en ese hombre concreto (9).

De esta relación entre educación y naturaleza humana, podemos deducir algunos principios educativos que considero importantes:

(i)     fin: Si la naturaleza humana nos muestra el fin del nombre, nos está mostrando el fin de la educación, pues el fin de la educación es hacer al hombre más humano, es desarrollarlo plenamente, es llevarlo a su perfección.

(ii)    límites: La naturaleza humana (lo que somos y lo que debemos ser) nos muestra los límites de una educación; sólo el respeto a la naturaleza y la búsqueda de su desarrollo darán un marco adecuado al proceso.

Una educación que “niegue” que el hombre tiene una naturaleza, o ya sea que la tome como buena o como mala y no como lo que es, naturaleza caída, no podrá ser verdadera educación.

Una educación “contra” la naturaleza humana, no será más que una caricatura. Así, una educación cuyo fin sea:

  • el progreso económico;
  • el escalar socialmente;
  • el placer;
  • que acepte pautas de vida contra la propia naturaleza, tales como el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, etc.

no sería ninguna de ellas una auténtica educación.

Una educación que “mutile” a la naturaleza humana, es decir, que niegue alguna de sus ricas facetas, tampoco sería aceptable.  El hombre debe ser abarcado íntegramente, que significa tanto como reconocer en él su cuerpo, pero también su vida afectiva, su vida intelectual, su vida moral, y por supuesto, la necesidad de apertura a lo trascendente, es decir su vida religiosa.  Aristóteles las denominaba “bios (10) y distinguía entre “bios sensible”, “bios práctico” y “bios teorético”. Es necesario abarcar todas las facetas, y hacerlo en forma armónica, lo cual es muy distinto a un simple equilibrio (11).

(iii)  jerarquía: La naturaleza humana también nos muestra que hay una jerarquía entre todas esas facetas de la educación.  Es decir, que la naturaleza misma nos señala que no es lo mismo la educación para el desarrollo del cuerpo, que la educación del intelecto, que la educación de la afectividad, ni éstas lo son respecto a la educación del espíritu.

Entre unas y otras, existe lo que González Alvarez llama condicionamiento y sentido. (12) Las formas inferiores, condicionan a las otras; pero a su vez reciben su sentido de la que les sigue. Así, la formación física, condiciona la vida sensible y afectiva, pero tiene su sentido y le dan su contenido estas últimas.

En este esquema general, el sentido último de la educación está dado por el último grado, esto es, la vida espiritual.

Es decir entonces, que la misma naturaleza humana nos muestra que:

(a)     Los valores superiores presuponen los inferiores;

(b)    Los valores inferiores deben realizarse de tal forma que faciliten y permitan la realización de los valores superiores, y en definitiva, los religiosos. (13)

(iv)   los medios para enseñanzar: también la naturaleza humana nos puede servir de guía en cuanto a la selección de los medios a ser utilizados en el proceso educativo. Hoy es común que la televisión, con una oferta de canales algunas veces más que centenaria, la computadora, las notebooks, las tablets, etc. estén en los hogares, en las aulas, en los cafés y en cuanto lugar nos podamos imaginar. No me refiero aquí tanto al contenido que se puede encontrar en ellos y a los eventuales disvalores que pueden llegar a transmitirse a través de ellos, que van desde el empobrecimiento del lenguaje oral y escrito, hasta la presentación de cosmovisiones del hombre y del mundo contrarias a la naturaleza humana.

         Quisiera aquí referirme más bien a una cuestión que estimo anterior, y es si la misma proliferación tecnológica, repito, más allá de sus contenidos, no está afectando a la naturaleza del usuario, convirtiendo al “homo sapiens”, quizá ya convertido en “homo videns” (14), en un “hombre cibernético”, el cual, lejos de desarrollar su inteligencia en línea con el bios teorético aristotélico y formar su voluntad en orden a su perfeccionamiento, queda encerrado dentro de una realidad virtual, adquiriendo sólo ciertas destrezas, técnicas ó prácticas que no hacen a su desarrollo integral, a su vida de relación, con claro peligro de no encontrar los caminos apropiados, o de encontrarlos, no saber como transitarlos para llegar a la verdad, la bondad y la belleza. Repito: no me refiero a lo que pueda encontrarse en la web, lo cual puede ser bueno ó malo según el sitio que se visite ó la persona con la cual me interrelacione a través de la red, sino a que nuestra inteligencia pueda estar alejándose de llegar a la sabiduría profunda al no ejercitar la capacidad de abstracción; no adquiera hábitos intelectuales que lo acerquen a las virtudes correspondientes y a la búsqueda de la verdad, ni hábitos en su voluntad que lo acerquen al bien.

No significa despreciar el progreso tecnológico, fruto al fin de la misma naturaleza humana dada por Dios, sino de preguntarse si su uso casi excluyente en detrimento de los modos tradicionales de conocimiento, no podría estar alejando al educando de una educación acorde a su fin natural y sobrenatural, por cuanto el mismo proceso, ó sistema, ó instrumento, lo lleva a ese alejamiento, al impedirle desarrollar plenamente sus facultades propias: la inteligencia y la voluntad. Así como con la televisión, la comunicación de la palabra ha sido reemplazada por la imagen, con los progresos tecnológicos, la imagen se ha vuelto virtual y la realidad del ser se esconde aún más, y su conocimiento parece resultar más arduo que antes.

Es un interrogante que quisiera dejar planteado; no tengo aún una respuesta.

(v)     derecho natural y primario de la familia: La naturaleza humana nos muestra también la capacidad de procreación del ser humano, y una consecuencia directa de dicha capacidad, es el derecho de los progenitores a la educación de esa prole.  De aquí que la naturaleza humana también sirve de fundamento al derecho natural y primario de los padres a la educación de sus hijos.

Sto. Tomás habla de la familia como un útero espiritual (15).  El niño pasa del útero físico, al útero espiritual de la familia, teniendo así los padres el derecho natural y el deber de educar a sus hijos. (16)

Así brevemente, hemos intentado deducir de la propia naturaleza humana, algunos principios educativos fundamentales.

De esta forma, creemos también haber dado un primer marco objetivo que nos permitirá juzgar si una educación, o un sistema educativo, es verdadero.

Con ese marco, todo subjetivismo educativo cae: ya no será la ideología ó el capricho del gobernante de turno, ó lo que tenga consenso, ó lo que esté de moda,  lo que se debe enseñar, sino lo que la propia naturaleza nos muestra y ordena. Ni el gobernante puede disponer a su antojo la educación a transmitir, ni tampoco el docente, sino que a ellos se les impone el respetar el contenido dado por la naturaleza del hombre.  ¿Por qué la insistencia?  El mundo de hoy, como no se ha cansado de repetirlo Benedicto XVI, está inficionado de relativismo, ya no existen verdades inmutables ni principios objetivos, y en consecuencia la verdad parece ser múltiple, depender del parecer de cada uno, y así se niega la existencia de un criterio de valoración objetiva para cualquier afirmación.

3.      Educación y Orden Sobrenatural.

Cabe que nos preguntemos si lo hasta aquí expuesto es la noción cristiana de educación. Sólo en parte lo es: lo dicho es el fundamento, es la piedra basal.

Pero, serviría también como proyecto educativo para un padre con recta conciencia, pero sin el don de la Fe. Es la mira del orden natural la que hemos visto.

Por lo tanto, necesario resulta tratar cómo actúa el orden de la Gracia.  La venida de Xto., la encarnación del Verbo, en un momento de la historia, nos lleva a tener que preguntarnos qué significa en la formación del ser humano.

Si nos hemos detenido tanto en lo anterior es tan sólo porque el orden de la Gracia no niega ni contradice en nada el orden de la naturaleza, pero sí lo completa y lo sobreeleva (17), y lo restituye a la senda de su fin último.

La naturaleza del hombre no deja de ser naturaleza caída; precisamente por ello está ella misma exigiendo el orden sobrenatural. (18)

Si el fin del hombre es llegar a Dios, necesariamente debe completarse la educación con la dimensión religiosa.

Pío XI advertía ya el peligro de extraer la perfección del hombre de la mera naturaleza humana, pues nuestra mirada ha de estar siempre dirigida a Dios. Citando a San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. (19)

Es decir, que necesariamente, tanto como exigencia de la naturaleza humana, como por la misma venida de Cristo y su Redención, la educación requiere la formación cristiana.

Cristo dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (20); y también, antes de la Ascensión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. (21)

Es decir, la definición primera que dimos de Santo Tomás, ¿ha perdido vigencia? ¿ó bien la de Alfonso El Sabio? Por cierto que no; ¿qué es el acabamiento como hombres, sino tener y vivir la Fe? ¿Qué es el status virtutis, el estado de virtud, sino poseer todas las virtudes? O sea las intelectuales y las morales naturales. Pero también y principalmente: las virtudes morales infusas y las teologales. (22)

No puede entonces concebirse a la educación religiosa como una materia más, esto quizá por exigencias curriculares, pero esa visión abarca tan sólo el aspecto intelectual (y en forma parcial, pues las demás materias también deberían contemplar lo religioso), pero queda el aspecto volitivo, la formación de la voluntad, la práctica religiosa, en la cual también debe estimularse el educando.

Y aquí es necesario, recalcar la importancia de la labor de los padres y educadores. Veamos:

(a)    Ellos tienen en Cristo un modelo. Cristo es la causa ejemplar de toda educación, y a Él debemos imitar. Dice por ello Caturelli, (23) que el más perfecto maestro humano es el Santo.  Los padres y los docentes, no somos más que maestros por participación, pues el único Maestro es Cristo. (24)

(b)    ¿Y quien es un maestro, un educador?  Pues es magnífica la definición dada por San José de Calasanz: “cooperador de la verdad”. (25)  Allí se reconoce humildemente que se coopera; coopera y ¿con quién? con la Verdad.  Y la verdad por excelencia es Cristo. No hay cabida así para la manipulación del educando, como sería ponerlo al servicio del docente o del gobernante de turno, o de su subjetivo parecer.  Ni tampoco para el amaestramiento, como sería imponer coactivamente determinadas formas (generalmente exteriores).

(c)     El último rasgo que cabe resaltar es el del amor al educando y la transmisión con alegría del conocimiento.  Magníficamente San Agustín puso de resalto la importancia del amor en la relación educativa maestro-alumno en su obra “Sobre la catequización de principiantes” (año 399) escrita a pedido del diácono Deogracias, quien le solicitara consejos sobre cómo catequizar a los niños. (26) Sólo con amor y alegría en la relación educativa, se podrán llegar a armonizar la autoridad del docente con la libertad del alumno. Y, en este sentido, el orden de la Gracia es realmente determinante: será el amor al educando como criatura de Dios, como “imago Dei”, será el amor en la relación educativa en tanto participación del amor de Dios, será la alegría de estar transmitiendo el Evangelio y facilitando la salvación.

4.      Ámbito de la educación.

Es también necesario reflexionar acerca de dónde se desarrolla el proceso educativo; puesto que la educación se da respecto de hombres concretos, que viven una determinada realidad histórico-social.  En consecuencia, lugar y tiempo influyen y hasta condicionan, -pero no determinan-, lo educativo. (27)

Por lo tanto, si educar significa perfeccionar, es indudable que debe insertarse en la comunidad específica, en esos hombres y mujeres; como bien se ha señalado, el proponerse fines educativos sin examinar el contorno real de los hombres en tal o cual situación constituye un error típico del racionalismo y de las ideologías en general; y ese contorno concreto común a un grupo de personas lo constituye en gran medida la tradición. (28)

Porque no puede haber educación sin tradición; más aún: significando tradición “transmisión”, “entrega”, la educación es en sí un acto de tradición, pues hace referencia a la solidaridad social, donde unos dan y entregan y otros reciben, sus conocimientos y valores.

Pero además de constituir un acto de tradición, la educación debe ser respetuosa y continuadora de la misma tradición de esa comunidad.

Cuando nos referimos a tradición, no estamos significando una mera cuestión sociológica o descriptiva, como sería la aceptación ciega de lo que ya existe en la sociedad; es tomar de ello lo que ha tenido vigor y fuerza para sobrevivir en la comunidad, pero además refiriéndolo a valores, a la bondad de esa vivencia social; sólo así podemos hablar de tradición en una perspectiva cristiana (29).  Lo que no perfecciona, lo que no eleva, no es ya tradición.

No significa entonces el vínculo entre educación y tradición un aceptar a ciegas lo vigente en la sociedad, sino una clara referencia a lo que de perfectivo tienen las creencias, usos, costumbres, vivencias, conductas y conocimientos de esa sociedad concreta.

Como bien se ha dicho, “La tradición es una herencia viva que el hombre recibe a través de su familia: porque su naturaleza humana no es una naturaleza abstracta ni desnuda, sino una naturaleza que se concreta en una atmósfera, en un clima humano particular, en un entorno forjado por los antepasados”. (30)

Porque el ámbito de la educación significa que se da en un lugar y tiempo determinados; pero también que está inserta en la historia, pues ese hombre concreto a educar es un ser histórico (31), ligado a lo que han sido sus antecesores, y con una vocación a acrecentarlo y perpetuarlo en el tiempo.  Es indispensable que la educación se inserte así en el aquí y ahora, pero viendo lo dado y acumulado por otros, enseñe lo que se debe construir hacia el futuro.  De alguna manera, si la historia es lo pasado, la tradición viene a significar lo que da vida a la historia, pues nos señala lo que es el hoy de esa comunidad, hundiendo sus raíces en la historia (32) y partiendo de ella.  Como ha dicho el poeta:

“La patria duerme como un niño, con la cabeza en el
regazo de la historia.
Su sueño es dulce y reposado como el que sigue a la
virtud y a la victoria.
La patria vive dulcemente de las raíces enterradas en
el tiempo.
Somos un ser indisoluble con el pasado, como el alma
con el cuerpo.
Como la flor con el perfume, con las llamas y la luz
con el incendio.
Como la madre con el hijo que tiene en brazos, como
el grito con el eco (33).

Sólo si hay continuidad en la educación, a través de un proceso respetuoso de la tradición, habrá continuidad cultural y ese pueblo podrá tomar conciencia de lo que ha sido, de lo que es y de cuál es su destino; sólo entonces comprenderá qué es el amor a la patria y podrá practicar la virtud de la piedad, consistente en honrar a los padres, a los antepasados, a la patria, como nos lo pidiera Juan Pablo II (34).  Interrumpir la tradición en forma completa y absoluta, ó traicionarla, ó ignorarla, llevará necesariamente a la muerte de esa comunidad, pues quedará sin valores culturales (35).

Una duda que puede surgir ante la insistencia de la inserción de lo educativo en la tradición de la sociedad, es si esto no significará una forma de inmovilidad cultural, de falta de progreso, de estancamiento, o aún de retroceso.  Pero, aquí cabe decir con Elías de Tejada, que “no existe progreso sin tradición ni hay tradición sin progreso” porque el progreso cultural y moral, supone un patrimonio vivo que se acrecienta o se mejora; supone entonces, la tradición (36).  De aquí que no quepa oponer tradición a progreso; sólo que se falseen los términos.  El progreso es así el acrecentamiento de la tradición, sumándole nuevos valores y riquezas; si no ocurre esto, será porque no estamos ante un auténtico progreso.

La Iglesia, cuando habla de la necesidad de evangelizar a todos los pueblos y naciones (que es su tarea educativa por excelencia) habla de la inculturación, esto es, de “una transformación interior de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y por el enraizamiento del cristianismo en las diversas culturas humana” (37); habiendo sostenido S.S. Paulo VI que “La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue en otras épocas” (38).  Y, una de las razones de la ruptura es precisamente que esas culturas no son muchas veces auténticas, por haberse alejado de su propia tradición.

Porque ocurre que el mundo de hoy no es precisamente un mundo respetuoso de la tradición y por lo tanto, no es un ámbito propicio para el proceso educativo.

Así como no respeta la tradición, tampoco desea el progreso en esa línea, lo cual provoca muchas veces la contradicción en los ciudadanos, entre los valores heredados de sus antecesores, y los que les muestra el mundo contemporáneo.  Basta como ejemplo de lo que se quiere decir, la influencia de los medios de comunicación y muchos sitios de internet como creadores de pseudo valores o falsos arquetipos a imitar (39).



5.      Agentes Educativos.

Preguntarse por los agentes de la educación es tanto como interrogarse sobre a quiénes corresponde educar.  El niño, el joven, el adulto están necesitados de un alguien que los estimule, los provoque; el paso de las potencialidades que hay en el educando al acto, generalmente es producido, favorecido y encauzado por un agente exterior.

El estudioso español Angel González Alvarez, sostiene que son una legión los agentes educativos (40); reparemos por ejemplo en los medios audiovisuales, a los que hemos hecho referencia anteriormente.  Nosotros por ello hemos de señalar sólo alguno de ellos, los que consideramos más importantes; y buscaremos poner énfasis en lo que a la formación política del ciudadano les compete a cada uno. Así, podemos citar:

5.1.   La familia;

5.2.   Los grupos infrapolíticos,

5.3.   La Iglesia Católica;

5.4.   El Estado.

5. 1.  La familia:

La familia constituye el primer agrupamiento social, la primera comunidad, a la cual se integra el ser humano, y que le es absolutamente necesaria, por cuanto responde a su natural sociabilidad, y a su estado de indigencia al nacer. (41)

Y el derecho de la familia a educar a sus hijos, es anterior al derecho del Estado, pues, como dijera Santo Tomás, el hijo es naturalmente algo del padre; si los padres le han dado el ser, deben continuar cuidándole y ayudándole (42).  Llega a hablar el Santo de Aquino, como ya hicimos referencia, de la familia como útero espiritual.

En Las Partidas, Alfonso X El Sabio legisló sosteniendo que no se puede multiplicar la gente de la Tierra, sólo por tener hijos, si no los supiesen criar y guardar hasta su acabamiento como hombres (43).

Son entonces los padres quienes primeramente deben dirigir a sus hijos hacia la perfección y quienes deben corregirlos ante las imperfecciones y desviaciones.

Y este derecho de los padres, con fundamento en la ley natural, ¿puede tener alguna relación con la formación para la responsabilidad política?

Es evidente que sí, si tenemos presente la noción de educación que hemos desarrollado.  El Concilio Vaticano II textualmente ha dicho: “La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan…” (44).

¿Acaso no es la familia el primer grupo social al cual se integra el futuro ciudadano?  ¿No es en la familia donde aprenderá lo que es la convivencia? ¿No es la familia la primera escuela de responsabilidad? ¿No es el primer ámbito donde recibe y brinda afecto, y se forma el carácter? ¿No es escuela de generosidad? Si bien el hombre es sociable por naturaleza, a través de la familia desarrolla esa sociabilidad originaria y la comienza a ejercer: va realizando así el tránsito a la integración mayor de la sociedad política.

Juan Pablo II nos enseña: “La familia es la primera y fundamental escuela de sociabilidad: como comunidad de amor, encuentra en el don de sí misma la ley que la rige y hace crecer.  El don de sí, que inspira el amor mutuo de los esposos se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones que conviven en la familia.  La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representada la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad.” (45)

Es en la familia donde aprendemos lo que es la autoridad, y lo que ésta conlleva, es decir, la existencia de jerarquías. En la familia bien constituida los padres se dará sin reservas a sus hijos, y sin exigir nada a cambio, más que el respeto, la obediencia y las muestras de afecto y cariño propias de los hijos.

Señala Chesterton con su característico humor hablando de la familia: “La más vital de cuantas funciones realiza –podríamos decir, la más vital función que puede realizarse- es la educación, pero su tipo de educación primaria es esencial en demasía para confundirlo con la instrucción.  En mil y un aspectos se rige más por reglas de sentido común que por reglas teóricas.  Poniendo como ejemplo un caso tan frecuente como cómico, dudo que libro de texto o manual alguno dé las instrucciones convenientes para poner al niño “de cara a la pared”.  Seguramente, cuando el principio coercitivo del Estado haya extinguido por completo el elemento voluntario de la familia, se promulgarán regulaciones y restricciones precisa sobre la materia.  Cabe en lo posible que se determine la estructura y composición de la pared.  No me extrañaría que se dictaminase que la excesiva contigüidad de la pared al niño pueda llegar a ser causa de que se vuelva bizco.  En una palabra, estoy cierto de que si repitiese en lugares apropiados y el conveniente número de veces que el poner aun niño de cara a la pared como castigo conduce al estrabismo, se convertiría mi afirmación en un dogma universalmente aceptado de ciencia popular”. (46)

La familia es así la primera educadora en la prudencia, en la justicia, en la humildad, en la sociabilidad, en la generosidad, en la amistad, en la veracidad, en el patriotismo, y en cuántas otras facetas de la vida política se puedan imaginar.

Por ello ha podido decir un autor español:….”Es frecuente suponer hoy que la enseñanza es asunto primordial o  exclusivamente de los centros de diverso grado dedicados a la misma; en último término, del Ministerio de Educación del que dependen. En realidad, las bases más sólidas, las convicciones primeras y las imágenes del comportamiento decisivas las adquiere el hombre en el seno de la familia, bajo la tutela, el ambiente y las convicciones, aflicciones, etc. de la casa paterna… (47)

Por lo tanto, cómodo resulta criticar al sistema educativo que propicia el Estado, olvidando o queriendo olvidar la responsabilidad primaria e indelegable de la familia.

5. 2.  Los grupos infrapolíticos:

Los grupos infrapolíticos constituyen también un importante agente educativo.

Responden a la naturaleza humana, puesto que son fruto, como la familia, de la natural sociabilidad que hay en el hombre.

Difícil es hacer una enumeración ya que los hay eminentemente culturales (como es el caso de diversas fundaciones), o bien musicales (entre nosotros: Mozarteum, Festivales Musicales) o grupos de profesionales (asociaciones de médicos, colegios de abogados, escribanos, etc.) o por ocupaciones (agrupaciones sindicales) o de investigación (medicina, biología) ó meramente recreativos (clubes, etc.) ó de ayuda mutua (cooperativas, mutuales).  Pueden ser también públicos, tal el caso de los municipios, en una organización federal bien entendida.

Ahora bien; estos grupos son educativos por sí, aún cuando no asumieran funciones educativas en sentido estricto.  Así, al favorecer las iniciativas de sus miembros, al estimular la solidaridad; al desarrollar el sentido de responsabilidad de sus integrantes desempeñando cargos directivos: al facilitar el trabajo en equipo, etc. son ellas todas formas indirectas de educación que ayudan y estimulan a los ciudadanos para asumir luego sus obligaciones políticas.

Por supuesto, que también en forma directa pueden dar educación, a través de la organización de un colegio, ó una universidad, ó un instituto, ó la organización de un ciclo cultural ó científico, o de cursos de postgrado o de actualización y perfeccionamiento profesional.

Juan XXIII expresamente vincula a los grupos intermedios con la dignidad, libertad y responsabilidad de la persona humana.  Dice así: “Ya en la encíclica Mater et Magistra insistíamos en la necesidad insustituible de la creación de una rica gama de asociaciones y entidades intermedias para la consecución de objetivos que los particulares por sí solos no pueden alcanzar.  Tales entidades y asociaciones deben considerarse como absolutamente necesarias para salvaguardar la dignidad y libertad de la persona humana, asegurando así su responsabilidad”. (48)

Como veremos luego, estas entidades no poseen el vigor y la fuerza que deberían tener, lo que ha llevado a Rafael Gambra a sostener que “…aquello que nosotros vivimos actualmente no es en rigor sociedad, precisamente porque no existe en ella un tejido orgánico de cuerpos intermedios… .(49)

5. 3.  La Iglesia Católica:

También la Iglesia Católica es uno de los principales agentes educativos. En la ya mencionada Encíclica “Divini Illius Magistri” su Santidad Pío XI señaló dos argumentos de orden sobrenatural, en virtud de los cuales reivindica para ella el carácter de auténtico agente de la educación. Por una parte, la expresa misión y la autoridad suprema del Magisterio que le otorgó Cristo, con aquellas palabras contenidas, en el Evangelio de San Mateo: “Id y enseñad a todas las gentes…”. Y por otra parte, la maternidad sobrenatural de la Iglesia respecto a todos los hombres.  Así como hay una maternidad natural, que es la de la familia, la hay también sobrenatural, a través de la Iglesia. (50)

Existen asimismo otros argumentos de orden natural y no sobrenatural, como serían los derechos de los padres a educar cristianamente a sus hijos, nuestra tradición histórica, el articulado de nuestra Constitución Nacional, (art. 2, 67 inc. 15, 76 y 80), el Código Civil en su art. 33 al reconocer a la Iglesia el carácter de persona de derecho público, etc. (51)

Pero lo que nos interesa subrayar, es que también su obra educativa se relaciona con la responsabilidad política. Indudablemente la mayoría de nuestros patriotas fueron católicos y movidos por su formación comprendieron llegado el momento de darnos independencia.

Por lo demás, ha sido una constante las enseñanzas de la Iglesia en pro de la participación activa de los católicos en la ciudad política; ya León XIII en la Encíclica “Inmortale Dei”, señalaba la gran obligación de los católicos de tomar parte en la vida pública; no acudir a la vida política para aprobar lo que pueda haber de censurable, en las instituciones políticas del Estado, sino para hacer que esas mismas instituciones se pongan al servicio del bien público, procurando infundir en las venas del Estado la eficaz influencia de la religión católica. (52)

Esta expresa referencia a la Iglesia Católica no significa desconocer el papel que como agentes educativos puede corresponderles a los demás cultos reconocidos oficialmente; pero claro está que al estar vinculada íntimamente con nuestra tradición, el reconocimiento legislativo de que es objeto, y ser profesada por la mayoría de los ciudadanos, (53) merece un especial tratamiento.

5. 4.  El Estado: (54)

La presencia misma del Estado y sus múltiples manifestaciones, aún las más simples como sería la policía, un inspector municipal, la organización hospitalaria, tienen de por sí una connotación educativa, o bien, si no son correctamente ejercidas, deseducativas. Y ya aquí en relación directa e inmediata con la formación cívica de los ciudadanos.

Más grande aún es su responsabilidad en la acción de gobierno; si el Estado no cumple con la palabra empeñada, si los impuestos no son aplicados a promover obras y acciones que busquen realizar el bien común, si se duda de la honestidad de sus gobernantes, si la burocracia es la que gobierna, la desazón cunde entre los ciudadanos, que tampoco se verán movidos por su ejemplo a cumplir sus obligaciones para con el todo social.

El poder legislativo debe dictar leyes que no sólo busquen reglar una cuestión determinada; el componente educativo estará presente en cuanto a los valores que encarne,  pero también en su redacción, buen uso del idioma y claridad de sus objetivos. El sentido general de la ley debe prevalecer sobre el tratamiento de una cuestión particular, muchas veces movido por meras conveniencias económicas.

La administración de justicia, función que por excelencia le corresponde al Estado, también debería cumplir ese papel formador.  Piensen los lectores en nuestros tribunales, pese a la buena voluntad de muchos de sus integrantes, y verán el largo camino a recorrer.

El juego armónico de leyes sabias, unida a la prudencia de quien las debe ejecutar, y a la justicia de quienes las aplican en cada situación concreta, son pautas educativas de fundamental importancia para los ciudadanos.

Es decir que el Estado, en todas sus funciones y en todos los que ejercen el poder, nunca debe perder de vista que su conducta debe ser ejemplar y capaz de crear conductas de seguimiento (55).  Su accionar de hoy es la historia de mañana; y los hombres cada día tienen más necesidad de encontrar modelos, a quienes seguir e imitar; es la pedagogía del ejemplo y de los arquetipos, ya tan bien descripta. (56)

Cuando el Estado promete y no cumple; cuando miente, cuando no respeta al ciudadano, que es a quien debe servir, además de transgredir las virtudes de la veracidad y de la justicia distributiva, está olvidando esta función de educador que posee.

Pero sin perjuicio de esta actitud educadora que le corresponde, y que desgraciadamente transgrede a diario, debemos detenernos por un momento en relación a los demás agentes de la educación y a su función docente.

El Estado tiene un fin determinado, que es el bien común temporal.  Y si bien hemos sostenido y reiteramos el derecho primario, inalienable e inviolable de la familia a la educación de sus hijos y la función subsidiaria del Estado a este respecto, diremos que como sociedad perfecta que es el Estado, poseedora por tanto de todos los medios para la obtención del bien común temporal, en lo que tiene relación directa con ese su fin, tiene preeminencia sobre la familia.

Esta subsidiariedad del Estado, y esta misma preeminencia, la podemos explicitar a través de cinco verbos:

  • Proteger
  • Promover
  • Suplir
  • Tutelar y vigilar

PROTEGER: a través de la legislación que dicta, debe salvaguardar el derecho anterior de las familias y de los demás agentes educativos.

PROMOVER: debe favorecerse en todas las formas posibles las iniciativas de las familias y de los demás agentes de la educación.

SUPLIR: cuando la labor de los demás agentes no sea suficiente, cabe la acción del Estado, pero siempre teniendo en mira que no es función propia sino que es supletoria; incluso asumir la educación si por defecto, incapacidad o indignidad no la cumplieren los padres.  Su actuación será en virtud del principio de subsidiariedad, esto es, en la medida que los demás agentes no puedan cumplir con su función educativa pese a la promoción y protección del Estado.  Su actuación entonces, debe ser interpretada siempre como delegación de los padres.

TUTELAR Y VIGILAR:  Como custodio y promotor del bien común temporal, le corresponde al Estado determinar los efectos civiles de los títulos académicos y exigir un mínimo de enseñanza y de conocimientos, acorde a las necesidades de ese bien común que debe realizar, así como vigilar que se obtengan los objetivos propuestos para la enseñanza.

En cuanto al contenido de los planes de estudio puede el Estado disponer todo aquello que hace a la educación patriótica y cívica.  Es decir, que puede y debe exigir el conocimiento de nuestras tradiciones, la formación de la conciencia histórica y cívica; el aprendizaje de las funciones del Estado, por ejemplo.

Respecto a determinados institutos, aquéllos que tienen íntima vinculación con la seguridad del Estado, tiene la obligación de su fundación, mantenimiento y control, como una función propia.  Aquí, en razón del tutelar y vigilar, es donde el Estado, como agente educativo, más se vincula con la formación política.

Tomás D. Casares, en una conferencia que diera hace ya muchos años pero que mantiene la sabiduría perenne (57), se preguntaba: ¿qué pasaría si existiera un Estado con recto sentido del bien común temporal y del bien personal, con conciencia del destino sobrenatural del hombre? ¿No convendría que asumiera el predominio docente?

La respuesta que nos da es negativa, ya que:

(a)     Implica traicionar el orden natural, y tarde o temprano se volverá en contra de la comunidad esta solución.

(b)    Pondría necesariamente más énfasis en lo comunitario por sobre lo personal,  llevando en forma inevitable a una despersonalización del educando y a una relajación de la estructura de la sociedad doméstica y de la responsabilidad paterna.

(c)     Significa necesariamente un crecimiento anormal de las responsabilidades del Estado; un asumir funciones que no le corresponden a su naturaleza.

Una última reflexión, que estimamos válida para cualquier agente educativo: la necesaria y sabia aplicación de la virtud  intelectual de la prudencia en todo proceso educativo, la cual, como “inteligente proa” en palabras de Paul Claudel, debe guiar a los agentes educativos en la toma de decisiones. En todo acto de enseñar habrá que ir adaptando ó modificando las decisiones sobre la marcha, en razón del resultado; los principios inalterables, aplicados al caso concreto, exigirán un esfuerzo siempre renovado del educador, en razón de la particularidad del educando y las circunstancias concretas; no hay lugar para el cansancio ni para la repetición de fórmulas. (58)

6.      El principio de subsidiariedad en la Educación.

6.1.   Principio de subsidiariedad y libertad de enseñaza:

Dijimos ya que todo Estado debe articular el principio de subsidiariedad.

Esta articulación debe efectuarla hacia adentro, es decir, con una concepción federalista, permitiendo que las provincias y demás unidades administrativas menores, como es el caso de los municipios, asuman el papel educativo, pero también y fundamentalmente hacia los restantes agentes de la educación.  Es necesario que el Estado comprenda que la función educativa no es de las propias: hay otras sociedades, otros grupos que pueden y deben cumplir esa función, y que lo harán mejor que él.  Pero, claro está que esto es tanto como dar vuelta el guante de la posición del Estado en lo educativo, y significa también que el poder de turno no podrá manipular a su antojo ni a los agentes educativos bajo su  dependencia (escuelas, institutos  y docentes) ni los contenidos de la educación que se brinde.

Hoy el sector estatal es, en cuanto a  la educación sistemática, indudablemente notoriamente mayor y más importante que el sector privado, en todos los niveles educativos. Y la necesaria conclusión es que el principio de subsidiariedad se aplica sólo restringidamente en este campo.

Por lo tanto, lo que el Estado debe realizar es efectivizar el principio, darle plenitud, lo que significa que tiene que estimular y favorecer la formación de entidades menores capacitadas para llevar adelante la función educativa, es decir, que si en determinada circunstancia histórica el Estado asumió la labor educativa, ya pasaron años suficientes como para que se hubiera desprendido de ella, en provecho de los otros agentes educativos. Pero, claro está, esto hubiera implicado que comprendiera en su totalidad el principio de subsidiariedad, que lleva en sí que, si es necesario que el Estado intervenga en algún campo que no le es propio, lo será por el tiempo indispensable para que los particulares se formen y asuman ese papel.

Con lo que encontramos ahora, es que los grupos infrapolíticos se encuentran desarticulados, con escasa vida; las agrupaciones de familias con miras a la educación de los hijos son ínfimas y por lo tanto, pretender de hoy para mañana que el Estado se desentienda de lo educativo sería quizá más grave que el mal que se pretende remediar. (59)

La prudencia política, virtud por excelencia del gobernante, aconseja un camino más arduo, más escarpado, pero a nuestro entender el único posible: buscar la revigorización de los grupos intermedios. Aconseja ir dando cumplimiento progresivo pero sin pausas con la justicia distributiva, entregando a los agentes educativos los fondos públicos necesarios para que puedan brindar este servicio.

Es en este sentido que consideramos válida la propuesta de restablecer un ecologismo integral, que a la vez que restaure los lazos que unen al hombre con la naturaleza física “… no deja de insistir en la necesidad de restaurar los lazos que unen a los hombres entre sí en las instituciones naturales, necesarias para su perfección. Insistimos: para lograr el bien humano no basta reclamar la necesidad del ajuste al orden de la creación en el ámbito físico natural, es preciso también, el ajuste a la ley natural moral en el ámbito individual, familiar, social y político…” (60)

Sólo entonces a través del principio de subsidiariedad rectamente entendido, podrá haber auténtica libertad de enseñanza.  Porque principio de subsidiariedad y libertad de enseñanza son las dos caras de la misma moneda: ambos son indispensables para que cada uno rija en plenitud. Si no hay libertad de enseñanza, el principio de subsidiariedad carece de sentido: si existe libertad de enseñanza pero el Estado tiene el monopolio de la enseñanza, no será más que una expresión de deseos la libertad que se proclama.

6.2. La relación Estado-educación:

Porque únicamente a través de la plena vigencia de una recta libertad de enseñanza podremos superar el dogmatismo político-pedagógico que en alguna época histórica hemos padecido y el neutralismo que aún hoy nos rige.

Esta triple distinción, dogmatismo político-pedagógico, neutralismo y libertad de educación, formulada hace ya años por García Hoz (61), resume, a nuestro entender, las grandes posiciones en la relación Estado-educación.

Veamos brevemente en qué consiste cada una.

6.2.1. Estatismo pedagógico ó dogmatismo:

El estatismo pedagógico o dogmatismo entiende que es al Estado y sólo a él a quien compete impartir enseñanza, y hasta establecer la totalidad de los contenidos de la educación, Como bien señala el autor citado, la preocupación por el bien común es reemplazada por la realización de una idea política. Una vez más, y aunque pueda parecer paradójico, en esta posición han coincidido figuras representativas del liberalismo político con las del nazismo, fascismo y comunismo. La educación es subsumida en la política, acción educativa y acción política coinciden; la segunda absorbe totalmente a la primera intentando transmitir la cosmovisión oficial, siempre envuelta en una ideología. De respeto por el orden natural de las cosas, de respeto a la tan proclamada dignidad de la persona, nada.

6.2.2. Neutralismo:

Otra solución intentada, es el denominado neutralismo. Sólo aparentemente se opone a la anterior posición, pues al impedir que los educandos se planteen los grandes interrogantes de la vida, ya que se inhibe en este orden, lo que hace es adoptar otro dogmatismo, el que se ha denominado dogmatismo de la privación. Se ha invocado la libertad para justificar esta posición, pero además de interpretar erróneamente a la libertad entendiéndola como un fin en sí mismo y no como una facultad del hombre que se cualifica por el objeto perseguido, se utilizó más bien para justificar una actitud antirreligiosa de los Estados, a partir de mediados del siglo XIX.

Históricamente, Francia es un claro ejemplo con las tristemente célebres leyes Ferry (62), que a partir de 1880 desarticularon la libertad de enseñanza que luego de 1850 y como consecuencia de una dura lucha, los católicos franceses habían logrado restablecer contra el estatismo napoleónico (63).

Esta referencia a las leyes Ferry nos trae a la memoria la no menos célebre ley Nº 1420, en vigencia entre nosotros desde el año 1884. (64) Si bien, contrariamente a lo que sostienen los laicistas, en ningún artículo dicha norma consagra explícitamente la neutralidad, del juego armónico de los artículos 6º  y 8º,  en los hechos tal principio es el que rige nuestra educación primaria estatal. Vale repetir aquí para confirmar lo expuesto, lo que se dijo en los Considerandos del Decreto Nº  18.411, del 31 de diciembre de 1943, comúnmente conocido como Decreto Martínez Zuviría, Ministro de Educación por aquel entonces, a través por el cual, con el debido respeto a quienes profesaban otros cultos, se estableció la enseñanza de la religión católica en la escuela pública. Dice así: “… La ley argentina de 1884 no ha abolido, pues la enseñanza religiosa en las escuelas, pero al fijarle un horario inconveniente la ha hecho imposible y ha dado pie a interpretaciones tendenciosas que han acabado por hacer de la escuela argentina una escuela prácticamente atea. Si algunos legisladores de 1884 tuvieron esa intención –lo que no es admisible- habrían trabajado contra la Constitución. Y si alguien hoy quisiera que la escuela fuese atea y se  impusiese al niño como una prescripción escolar la ignorancia obligatoria del catolicismo, esa intención sería inconfesable, porque sería inconstitucional…! (65)

Aún hoy, sin embargo, tenemos que escuchar que se diga que la ley Nº 1420 ha sido la panacea, cuando se olvida, como parte de una historia sesgada,  que se prefirió sancionar ese proyecto desarticulado preparado de apuro por el grupo liberal, al mucho más serio formulado por la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados y que mereciera el encendido apoyo de los católicos de la época. (66).  Este proyecto, de haber sido aprobado, también hubiera logrado la alfabetización, el mejoramiento del nivel educativo y la incorporación de miles de inmigrantes a nuestro usos y costumbres y a nuestra lengua, todos argumentos que se esgrimen para enaltecer a la ley No. 1420, pero lo hubiera hecho con respeto a nuestras tradiciones y abarcando a todo el educando, incluyendo sus necesidades espirituales, lo que se dejó de lado al sancionar el proyecto liberal.

De esta manera, a través del neutralismo, no se obtiene más que atentar contra el principio de la educación integral, pues cuando se trata de plantear los problemas esenciales del hombre, los que tienen mayor trascendencia, los que importan infinitamente más que la educación física, o la posibilidad de división del átomo, o la reproducción del langostino, o la realización de un prolijo herbario ordenado según el tipo de borde de las hojas, a esos temas esenciales, se les cierran las puertas de los institutos educativos.

Por ello se ha dicho, y con razón, que si bien en el neutralismo las escuelas se hallan libres de determinaciones dogmático-políticas, no tienen sin embargo libertad para llevar la educación hasta sus últimas consecuencias.

6.2.3. Libertad educativa:

En tercer lugar, veamos la posición que sostiene la vigencia de la libertad en la educación.  Rectamente entendida, creemos que es la más adecuada y a la cual debemos aspirar.

Como hemos dicho anteriormente, sólo con la plena vigencia del principio de subsidiariedad  puede llegar a articularse este sistema.

El Estado debe reconocer la existencia de derechos anteriores a los propios y que se encuentran en las otras comunidades (familias, grupos infrapolíticos, Iglesia, etc.), y actuará sólo cuando no estén capacitados o sean insuficientes, y en todo aquello que tiene vinculación directa con el bien común temporal.

Cabe citar aquí las palabras de Su Santidad Juan Pablo II sobre este tema: “… El principio de la libertad de enseñanza tiene su fundamento en la naturaleza y dignidad de la persona humana. Por ser ésta una realidad anterior a toda organización social –si bien está destinada a insertarse en ella-, tiene derecho a autodeterminar su desarrollo y a disponer de los medios necesarios, sin que dicha capacidad de autodeterminación se vea limitada por imposiciones arbitrarias de fuera…” (67)

Pero el tema de quiénes pueden brindar educación, es sólo un aspecto de la libertad de enseñanza.

Porque hay un segundo aspecto en el cual no se repara lo suficiente.  Es el del contenido de la educación a brindar.  Es decir: ¿una vez que el Estado haya fortificado a los otros agentes educativos, y cumpla también con la justicia distributiva mediante la entrega de los fondos suficientes para que puedan cumplir su misión, acaba allí su tarea?  ¿Debe admitir que a través de ciertos y determinados institutos se pueda quizás estar atacando las bases de la nacionalidad, como serían, por ejemplo, la enseñanza y proclamación del aborto como un derecho, o renegar de la familia monogámica ó de nuestra identidad cultural?

Indudablemente no, y su título para actuar y sólo aceptar la enseñanza de aquello que es conforme al orden natural es su calidad de principal agente del bien común temporal, el cual sólo podrá realizarse a través del respeto a ese orden contenido en la ley natural, anterior al Estado y a la cual éste debe subordinarse.

Por lo demás, también podrá el Estado intervenir ante esas desviaciones si partimos de lo que hemos dicho al comienzo de estas líneas: el fin de la educación es hacer más perfecto al hombre, lo cual se logra si y sólo si se trabaja en la línea de su naturaleza, que tiene razón de fin.

Es este un punto de singular importancia: sólo se insiste en la pluralidad de agentes educativos al hablar de libertad educativa, pero ella misma está significando que el contenido a brindar por esos agentes, para cumplir con la auténtica libertad, debe respetar el orden natural y por lo tanto, estar abierto a lo Trascendente.

¿Qué podemos decir de la Argentina?

Indudablemente el sistema que rige es el del neutralismo, aunque hay libertad de educación, que en los hechos es más proclamada que real.  Que se aboque el Estado a revertir el proceso, a achicar su ámbito de actuación consolidando a los otros agentes, flexibilizando los contenidos y estaremos en el recto camino. (68)

¿Y entre tanto?

Deberá el Estado, conforme a los dictados de la prudencia política, articular en los institutos que administra, lo que también con claridad meridiana señalara S.S. Juan Pablo II en el discurso antes citado: “La convivencia pacífica y respetuosa de todos lo grupos humanos en el seno de una sociedad pluralista, no significa que se deba adoptar el neutralismo filosófico y religioso en la escuela, pues ello equivaldría a imponer arbitrariamente a los alumnos una visión agnóstica o evasiva del mundo, y a impedirles dar un sentimiento unitario y armónico a sus conocimientos….”.

Y continúa luego: “…Y es obvio que en el caso de una nación prevalentemente católica, el proyecto educativo del Estado –dentro del respeto debido, claro está, a la conciencia de los alumnos que sean de otra fe o creencia y de sus familias- ha de ofrecer un sistema educativo y cultural que no esté con contradicción con la tradición católica sino que, por el contrario, se inspire en ella.  Por ser deber del centro de enseñanza la formación integral del alumno, en esta afirmación no se puede prescindir de la dimensión religiosa. La enseñanza religiosa habrá de tener las características correspondientes a los objetivos y criterios propios de una estructura escolar moderna.  Por una parte, se presentará como ejercicio de un derecho y deber de la persona humana, para quien la educación religiosa de la conciencia constituye una manifestación fundamental de libertad, por otra parte, será considerando un servicio que presta la sociedad civil a los alumnos católicos allí donde éstos constituyen la casi totalidad de los estudiantes y a sus padres, que, como es de presumir, lógicamente exigen que la educación esté fundada en sus principios religiosos y desean tener posibilidad de elegir con plena libertad los centros de enseñanza para sus hijos…”.

Que asuma el Estado su responsabilidad política, que la educación a través de sus agentes naturales tienda también a la formación en la responsabilidad política, y que se encuadre toda esta labor en la enseñanza de la verdad que nos trasciende, que se nos impone, y que si la referimos a una persona, ella es Cristo.  Porque bien dijo el Evangelista: “La verdad os hará libres”. (69)

En síntesis, el hablar popular ha dicho: “el que se salva sabe, y el que no, no sabe nada”.

7.      Pedagogía y Educación.

Por pedagogía se entiende, en primer lugar el arte de enseñar y educar; ya vemos entonces que frente a la educación, la pedagogía es secundaria, y según cuál sea el concepto que tengamos de la educación, será la pedagogía que apliquemos, puesto que toda pedagogía exige una noción de educación, y ésta una filosofía. (70)

La pedagogía se da fundamentalmente en la causa eficiente de la educación y en especial, en la causa eficiente extrínseca, o sea, en los agentes de la educación.  Son ellos quienes buscarán los medios de enseñar, que serán así instrumentos, causas instrumentales.

Por lo tanto, la pedagogía no puede ser objeto de absolutización, pues debe estar necesariamente subordinada al fin del proceso educativo; no son más que medios. Lamentablemente muchas corrientes educativas contemporáneas  han puesto los medios, (llamémoslo pedagogía, didáctica, metodología), como la categoría sustantiva, dando así preeminencia al “saber enseñar” por sobre el “saber qué enseñar”; como si lo primero pudiera darse separadamente de qué enseñar. (71)

Lo cierto es que resultan inseparables la pedagogía con los contenidos a enseñar; o le facilita al educando el proceso de enseñanza-aprendizaje, o por el contrario, le hace perder el gusto; y si se hace prevalecer la pedagogía, entonces ya la educación pierde sus fines y todo pasa a ser un mero amaestramiento.

Porque, como bien ha dicho Michel Creuzet: “Ocurre con la pedagogía o que con las salsas en la cocina: si son buenas, dan plenitud a lo que es bueno; si son malas, echan a perder las carnes más finas o envenenan al consumidor”. (72)

Por ello es necesario estar advertidos de una suerte de sobredimensionamiento de la pedagogía que ahoga muchas veces los contenidos educativos y hasta busca reemplazar a los agentes de la educación (73); buena parte de la crisis educativa actual pasa por esta hipertrofia que impide ver el fin de la educación y hace perder la esencia del acto educativo (74).  Precisamente esta postura es la que ha llevado a aceptar toda referencia pedagógica como buena y como un signo de progreso, cuando en realidad por la vía de la pedagogía se ha, muchas veces, traicionado el fin natural y sobrenatural de la educación.

Este sobredimensionamiento de la pedagogía ha provocado “La revolución pedagógica”, significando con ello que la inteligencia especulativa (esfuerzo por concordar la realidad de los seres con las cosas) y la inteligencia práctica (esfuerzo por concordar los medios con los fines y a éstos con el fin último), han sido sacrificados en aras de una “inteligencia obrera”, fabricadora de una sociedad y de un tipo de hombre artificial, alejado de la “veritas rerum”, de la realidad de las cosas.  Esta visión del problema es la que provoca reformas pedagógicas en donde la ética, la metafísica, el saber profundo, la virtud no es parte de la enseñanza; lo formativo es reemplazado por lo informativo dando así por educación un “equipaje bien liviano, poco apropiado para formar ciudadanos que conozcan la historia y el patrimonio moral de su país, hombre honestos capaces de apreciar la belleza de un verso de Racine o la de una catedral”. (75)

Porque, al fin, la opción es de hierro: o la pedagogía se subordina a la educación o se traiciona a la noción misma de educación.

Pues, como bien señala Randle, la educación es perfectiva (en cuyo caso prevalecen sus fines sobre los medios), o es utilitaria (postura que conlleva necesariamente la prevalencia de la pedagogía) (76).  Porque si la educación que se da ayuda a descubrir y “vivir” la Verdad, la Bondad y la Belleza, tendrá una pedagogía adecuada a su servicio; pero si la pedagogía prevalece, no será una educación con fines, formativa, perfectiva, sino tan sólo de medios, de formas, de experiencias, de mera transmisión de conocimientos.

Notas:

(1) Si bien algunos de los conceptos aquí vertidos han sido en parte publicados, se los ha reordenado y actualizado dado el tiempo transcurrido, conformando ahora una unidad que estimo satisfará al lector. (Nota del autor).     García Hoz, Víctor, “Principios de Pedagogía sistemática”, Ed. Rialp, Año 1960, pág. 16. Sobre el origen etimológico y su doble significación, ver Graciela Beatriz H. de Lamas: “Notas acerca del concepto de educación”, en Moenia, No. V, pág. 71  y sgts.

 (2)  Suma Teológica, Supp.: q. 41 “Del sacramento del matrimonio en cuanto es un deber natural”, art. 1: “¿El matrimonio es de derecho natural?”

 (3)  Partidas Ley 3, Título 20. p. 2.

 (4)  Aristóteles, Metafísica, Libro V, cap. XIV.

 (5) Acerca de la labor del educador, Montejano (h) Bernardino: “Jardinero de hombres” y “Jardinero de hombres (II)”, publicados en Revista Estrada No. págs. 22/4 y Revista Estrada No. págs. 33/5, donde glosa el pensamiento de Antoine de Saint Exupery.

 (6)  Op. cit.  Como una primera aproximación al enriquecedor pensamiento de Víctor García Hoz, introductor de la expresión “educación personalizada”, puede consultarse la colección Interacción Educativa, Nos. 1 a 6, Ed. Docencia; parte de su contenido son las disertaciones del Prof. García Hoz en su visita a la Argentina para participar en las II Jornadas Educacionales celebradas en Julio de 1979 y organizadas por el Centro de Investigación y Acción Educativa (CINAE), las que, pese al tiempo transcurrido aún conservan actualidad.

 (7) Constitución  “Gravisimum Educationis” No. 1.

 (8) Clément, Marcel: “La educación: principios y fundamentos”, en “la educación de los hombres”, Speiro,  año 1974, pág. 5, donde luego insistirá en la necesidad de unidad de esa madurez, pues la vida es siempre una síntesis.

 (9) “Necesitamos hombres buenos, que realicen en su vida el imperativo de la heroica ética de Píndaro: “Llega a ser el que eres”. Porque el hombre al existir, lo hace con una peculiar naturaleza que le marca su deber ser. Necesitamos hombres mejores, que a través de sus actos cotidianos practiquen las virtudes y huyan de los vicios. No hombres peores, que vivan “diferentes” en rebelión permanente contra la ley natural moral y la ley divina positiva. Con hombres mejores, prudentes, justos, fuertes, temperantes, pacientes, respetuosos, agradecidos, generosos, veraces, laboriosos, magnánimos, sacrificados, caritativos, tendremos una sociedad mejor”.  Esta clara síntesis de lo que se viene exponiendo es parte de presentación de la Revista ETHOS, No. 27, pág. 15, escrita por su Director, Dr. Bernardino Montejano (h).

 (10) Ética Nicomaquea, L. I, Cap. 5, (1095b); Zubiri, Xavier, “Cinco lecciones de filosofía”,  Alianza Editorial, Año 1982,  pág. 45 y sgts., Lamas, Félix A.: “Panorama de la Educación en la Argentina”, Ateneo de Estudios Argentinos, Año 1976, pág.  15 y sgts.

 (11) Acerca de esta cuestión, y otras tantas que se tratan en el presente: Thibon, Gustave: “El equilibrio y la armonía”,  Ed. Rialp; hay edición más nueva, Belacqua, Barcelona, 1995.

 (12) González Alvarez, Angel: “Filosofía de la Educación”, Ed. Troquel, Año 1977, págs. 51/52.

 (13) Juan Pablo II, Enc. “Laborem Excercens”, No. 10.

 (14) Sería una continuación de la advertencia y del proceso tan claramente señalado por Sartori hace ya más de quince años, en el sentido que el homo sapiens habría sido reemplazado por el homo videns; ahora seguiría el hombre cibernético, tan alejado ó más que el anterior, ya que la pérdida de la capacidad de abstracción, de pensamiento simbólico, de comprensión de textos, el empobrecimiento del lenguaje y de  la capacidad de conocer y entender, producto de la televisión, se agregarían ahora las consecuencias provocadas por los medios electrónicos. El autor ha agregado como posible paso siguiente al “homo incipiens” (necio e ignorante). Ver en este sentido la obra de Sartori, Giovanni: “Homo videns: La sociedad teledirigida” págs. 32 y sgtes. Ed. Taurus, Año 1997. Puede leerse en Internet.

 (15) Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 10, art. 12.

 (16) Cf.: Pío XI, “Divini Illius Magistri”, No. 25 y sgtes.; Conc. Vaticano II, “Gravisimum Educationis”, No. 3, Juan Pablo II, “Familiaris Consortio”, No. 36 y sgtes.; “Carta de los derechos de la familia”, art. 5º.

 (17) Suma Teológica, I, q. 1, art. 8, ad. 2.

(18) Suma Teológica, I-II., q. 91, art.4. Precisamente Santo Tomás justifica la necesidad de la existencia de la ley divina, en las propias limitaciones de la naturaleza humana.

 (19) Encíclica “Divini Illius Magistri”, No. 4.

(20) Evangelio de San Juan, Cap. 14 vers. 6.

 (21) Evangelio de de San Marcos, Cap. 16, vers. 15.

 (22) Es el crecimiento armónico de todas las virtudes lo que lleva, en el pensamiento clásico, al “status virtutis”, al estado de perfección.  En relación a las virtudes teologales, cabe recordar las recientes encíclicas de Benedicto XVI sobre la Caridad y la Esperanza: “Deus caritas est” (25.12.2005; en especial, Nos. 30 y 31 sobre la relación entre la caridad y la sociedad) y “Spe salvi” (30.11.2007; en especial: Nos. 38 y 39), y la primera del actual Pontífice, Francisco, sobre la Fe: “Lumen Dei” (29.06.2013; en especial Nos. 53 a 55).

(23)“Reflexiones para una Filosofía Cristiana de la Educación”, Ed. Universidad Nacional de Córdoba, Año 1982, pág. 50.

(24)Mt., Cap. XXIII, vers. 8-10.

(25) Cit. por García Hoz, Víctor, en “La tarea profunda de educar”, Ed. Rialp, Año 1976, pág. 136.

 (26) San Agustín, Obras Completas, Ed. BAC., Tomo XXXIX (Escritos varios), Madrid, Año 1988, págs. 423/534; ver comentario de Oscar A. Toledo en la Revista del Instituto de Investigaciones Educativas, No. 38, “La dialéctica del amor en la doctrina educativa de San Agustín”, pág. 31 y sgts.

(27)Tello, Belisario: “Filosofía Pedagógica”, Librería Huemul. Año 1975, pág. 172.

 (28) Ver Ayuso, Miguel: “Transmisión, inculturación, tradición”, Revista Verbo, No. 453-454 (Año 2006) págs. 265 y sgtes.

 (29) Elías de Tejada, Francisco: “Qué es el Carlismo?” cit. por Félix Adolfo Lamas, en “Ensayo sobre el Orden Social”, Ins. de Estudios  Filosóficos Santo Tomás de Aquino, Año 1985, pág. 29.

(30) Montejano, Bernardino (h): “Familia y Nación Histórica”, Ed. del Cruzamante, Año 1986, pág. 13.

 (31) Ruiz Sánchez, Francisco: “Fundamentos y fines de la educación”.  Un. Nac. de Cuyo, Año 1978, pág. 157 y sgts; Lamas, op. cit., en nota  10, pág. 28.

(32) Lamas, op.cit., nota anterior, loc. cit.

 (33) Bernárdez, Francisco L.: “Poemas Nacionales”, Ed. Sudamericana, Año 1950, págs. 23/4.  Son versos del poema “La Patria”.

 (34) Discurso pronunciado el 8 de Abril de 1987, en el Aeropuerto de Tucumán, No. 7.

(35) Christopher Dawson da el ejemplo de China como de continuidad ininterrumpida durante miles de años en su tradición educativa: “Allí los eruditos confucianos eran no sólo los guardianes de la tradición clásica, sino además el cemento que mantuvo unida la sociedad china.  Una y otra vez los bárbaros invadieron y conquistaron la China y en cada ocasión los conquistadores, posteriormente, se vieron obligados a emplear los servicios de los eruditos sin los cuales no podía llevarse a cabo la administración del imperio.  Antes de que pasara mucho tiempo, los sometidos se convirtieron en los maestros de los conquistadores y éstos se sintieron orgullosos de ocupar el lugar que les era asignado en la ordenada jerarquía de la sociedad china” (“La Crisis de la Educación Occidental”, Emecé, 1963, pág. 15).

 (36) Citado por Lamas, op. cit. en nota  10, pág. 33.

 (37) Congregación para la Doctrina de la Fe, “Instrucción sobre libertad cristiana y liberación”, Año 1986. No. 96.

 (38) Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, No. 20, “in fine”.

(39) Sobre la cultura populista y otros factores contemporáneos que impiden una correcta educación, puede verse la obra de Patricio H. Randle, “Educación para tiempos difíciles”, Colección Ensayos Doctrinarios, No. 7, Año 1983, en especial Cap. I y II.  Para un análisis de las características del cambio experimentado por la sociedad contemporánea con especial referencia a la educación, ver “La juventud actual entre el vértigo y el éxtasis” (Creatividad y educación) de Alfonso López Quintás, Ed. Docencia-Proyecto CINAE.  Año 1981.  Cap. III, págs. 63/74.

 (40) González Alvarez, Ángel: op. cit., pág. 112.

 (41) Sobre la familia educadora, la familia como institución acorde a la naturaleza y no como expresión cultural, acerca de la autoridad familiar, etc., ver Javier Barraycoa, “La familia educadora” Rev. Verbo, No. 475-476 (año 2009), 397-416.

 (42) Suma Teológica, II-II, q. 10, art. 12.

(43) Partidas, Ley 3, título 20, p.2.

(44) “Gravissimum Educationis”, No. 3..

  (45)  “Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”,  No. 37.

 (46)  “La superstición del divorcio”, Ed. Sudamericana, Año 1966, pág. 60.

  (47)  Gambra, Rafael, en “Contribución al estudio de los cuerpos intermedios”, Speiro, Año 1968, pág. 207.

  (48)  Encíclica  “Pacem in Terris”, No. 23.

  (49)  Op. cit., pág. 25.

  (50)  Ver Documentos Políticos, BAC, Año 1958, pág. 216.

  (51)  En este orden, la Declaración “Gravisimum Educationis” afirma que la Iglesia también debe ser reconocida “como sociedad humana capaz de educar”.

  (52)  Op. cit., nota anterior, págs. 8 y 9.

  (53)  Ver Carballo de Cilley, Marita: “¿Qué pensamos los argentinos?”, Ed. El Cronista Comercial, Año 1987.

  (54)  Ver sobre esta cuestión el valioso artículo de Juan Fernando Segovia: “La Comunidad Política, educadora”, en revista Verbo, No. 475-476 (Año 2009) págs. 417/461; con referencias específicas  a las virtudes políticas. Sobre el tema de las virtudes en el ámbito político ver también: Rinaldi, José Luis: “Acerca de las virtudes republicanas”,  Revista “Universitas”, N° 71, año 1984.

  (55)  Sobre la ejemplaridad en la sociedad y en especial la ejemplaridad de los funcionarios públicos,        aunque partiendo de otros supuestos, puede verse: Gomá Lanzón, Javier: “La ejemplaridad pública”, Ed. Taurus, año 2009, Cap. X, parág. 29 y 30.

  (56)  Caponetto, Antonio: “Los arquetipos y la historia”, Bs. As. Scholastica, 1991; Sáenz S.J., Alfredo: “Arquetipos cristianos”, Fundación GRATIS DATE, Pamplona, 2005.

(57) “El Estado y la educación”; Publicación de la Junta Central de la A.C.A., Año 1939, pág. 3.

  (58) Ver sobre el particular, Ullate, José Antonio: “La discontinuidad entre medios y fines en política y educación”, Revista Verbo, No. 513-514 (Año 2013) págs. 221/232. Con transcripción del pensamiento de Charles Peguy, el uso de la prudencia queda ejemplificado con el padre que enseña a su hijo a nadar y la decisión entre sostenerlo ó dejarlo: “Si lo sostengo demasiado, ya no es libre y si no lo sostengo lo suficiente, se cae…”.

  (59)  Sobre la extensión del Estado contemporáneo, puede verse: Brunner, Emil: “La Justicia” Doctrina de las leyes fundamentales del orden social, Centro de Estudios Filosóficos, Universidad Autónoma de México, Año 1961, pág. 250 y sgtes.; Paz, Octavio: “El ogro filantrópico”, Ed. Seix-Barral, Año 1983, pág. 85 y sgtes.

 (60)  Montejano (h), Bernardino: “La conservación de las instituciones naturales ó el ecologismo integral”, separata sin pie de imprenta.

 (61)  “Cuestiones de Filosofía individual y social de la educación”, Madrid, RIALP, Año 1962, págs 116/35.

  (62)  Así denominadas en homenaje a su propulsor, Jules Ferry (1832-1893), diputado, Ministro de  Instrucción Pública y Presidente del Consejo de Ministros de Francia. El actual Presidente de Francia Francois Hollande lo recordó cálidamente al tomar posesión de su cargo en Mayo de 2012.

 (63)  Ley Falloux y Ley Buffet.

 (64) ADLA, Años 1881-88, págs. 126/33. Acerca de la lucha y enfrentamientos posteriores entre católicos y liberales en los meses siguientes al dictado de esta ley, puede verse el muy documentado estudio de Alejandro Sambrizzi, “Los ataques de 1884”, Ed. Dunken, Año 2011.

 (65) ADLA, Año 1944, Tomo IV, Decretos, pág. 73.

  (66)  Cf.: Auza, Néstor T.: “Católicos y Liberales en la generación del 80”, E.C.A., Año 1975, pág 212 y sgts. Sobre los debates en ambas Cámaras del Congreso y las posturas de cada parte: “Ley 1420 y libertad de conciencia”, Pbro. Eduardo M. Taussig, Ediciones FADES, Colección Estudios y discusiones, No. 8.

  (67) Discurso a los participantes en el XXXII Congreso Nacional de la Unión de Juristas Católicos Italianos, publicado en “Prudentia Iuris”, No. VI, págs. 129/30.

  (68) Se puede ampliar con el artículo del autor: “El derecho a la enseñanza religiosa en nuestro sistema educativo nacional” (E.D., To. 126, pág. 964), publicado también en el periódico del CONSUDEC, No. 593, págs. 416/7.         Más recientemente, respecto a la Pcia. de Salta, ver fallo de la Cámara Civ. y Com., Salta, sala III, 23.02.2012, con sendas notas de Octavio Lo Prete y Carlos Lombardi, Suplemento La Ley, Constitucional, Agosto 2013 No. 5, pág. 53 y sgtes.

  (69)  Juan Cap. 8, vers. 22.

  (70) Cantero Núñez, Estanislao. “Educación y Enseñanza Estatismo o Libertad”, Speiro, pág. 240; Laguinge, Carlos: “Universidad y Pedagogía”, pág. 56.

  (71)  Widow, Juan Antonio: “El problema de la educación”, Ediciones Paideia No. 8/1982.  Academia Superior de Ciencias Pedagógicas de Santiago, pág.23.

  (72)  “La enseñanza”, Ediciones del Cruzamante, Bs. As., pág. 119.

  (73)  Ver Barraycoa, Javier, op. cit., pág. 406/10.

  (74)  Caturelli, Alberto, op. cit., pág.38.

  (75)  Creuzet, Michel, op. cit. pág. 137, también sobre este problema de la “inflación pedagógica” y las raíces y contenidos de la pedagogía contemporánea; Caturelli, Alberto, op. cit. págs. 37/9; Cantero Núñez Estanislao, op. cit., pág. 243; Caponnetto, Antonio: “Pedagogía y Educación”, Colección Ensayos Doctrinarios, Capítulos I a V.

  (76)  Randle, Patricio H. “Educación para tiempos difíciles”, Colección Ensayos Doctrinarios, págs. 76/78 y 83/5.

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