La inflación nuestra de cada día

Por José Luis Rinaldi

La inflación nuestra de cada día

Mucho se ha escrito acerca de la inflación como un flagelo para la macroeconomía. Estas reflexiones apuntan más bien acerca de los efectos de la inflación en la vida diaria de una sociedad castigada con esta anomalía económica. Veamos algunas situaciones en las cuales diariamente sufrimos las consecuencias nefastas de la inflación.

Algunos ejemplos de cómo nos afecta.

En las familias, se suele concertar un presupuesto de gastos para un determinado período conforme a las necesidades de sus integrantes; esa concertación es fruto de una evaluación entre los ingresos familiares y los egresos que se deben realizar en el período y a veces ya de por sí puede ser una cuestión que traiga alguna rispidez y desavenencia. Ante la inflación, ese acuerdo no tiene mayor duración en el tiempo, (a mayor índice inflacionario menor duración) pues rápidamente queda desacomodada, y obliga a rever los números previstos y a posibilitar que se ahonden las diferencias y hasta a veces, los mutuos reproches entre un ingreso insuficiente y gastos no indispensables ó uso inadecuado de los recursos. Ni hablar si se ha producido un préstamo entre familiares y como tal nada se ha estipulado sobre intereses ó reajustes ó moneda de pago, sea porque sería devuelto en un corto lapso (que luego suele prolongarse) ó porque no se esperaba un aumento de precios tan abrupto; o peor aún si ese socorro financiero lo fue en moneda extranjera y debe ser honrado en esa moneda.

Como es de suponer, esta tirantez, esta discrepancia, inexistente en una economía estable, en nada favorece la unidad familiar, ya bastante vapuleada y afectada por otros factores.

También en otras relaciones interpersonales, la inflación suele crear primero un estado de incertidumbre y luego muchas veces, de enfrentamiento cuando no de ruptura de una relación. Si hace dos meses había concertado un determinado precio por un servicio profesional, posiblemente hoy se lo quiera reajustar. Y allí comienzan los disensos; ¿se transgrede la palabra empeñada pretendiendo modificar el precio del servicio? Y en su caso, ¿cuál será la medida del reajuste para que se mantenga el precio? Hasta dónde reajustar? El propio término re-ajuste hace referencia a ajustar, y el origen etimológico de ajustar se vincula con lo justo y éste con la justicia; reajustar es volver a ajustar lo que ha dejado de serlo. También es posible que el deudor se demore en la cancelación, sea deliberadamente ó por razones objetivas (enfermedad, viaje, carencia de los fondos en lo inmediato por razones ajenas a su persona como sería la propia inflación, la famosa ruptura de la cadena de pagos, etc.) y el pago se realice con un atraso de cierta significación, lo que hace que esté abonando en definitiva una suma real menor a la originaria.

Estas cuestiones, y las demás que pueda imaginar el lector, provocan cierta discrepancia, a veces disimulada, a veces explícita, entre las partes de una relación que en una economía normal no se produciría; estamos ante un plus negativo para la convivencia diaria. Pues al fin: ¿dónde está el justo medio? Principios como el de la palabra empeñada, justa retribución por el trabajo brindado, falta de ingresos acordes en el pagador como para afrontar el ajuste, diferencias en el parámetro a tomar si se está de acuerdo en que pueda corresponder algún reajuste, etc., empiezan a enfrentarse primero en nuestra mente y más de una vez se trasladan a la realidad, dando pie a que se resienta una relación de años de mutua confianza y afecto.

Otro tanto ocurre con las relaciones comerciales: comienzan a traslucirse muchas veces en una situación de tirantez, de desconfianza, de malas caras, de incomprensión mutua. No sólo entre las empresas sino en nuestra vida diaria. ¿Por qué si ayer aboné un café $ 18, hoy debo abonar $ 20?, ¿Significa que de ayer a hoy el pocillo aumentó un 11%? ¿Es cierto que aumentó de ayer a hoy ó es un proceso que quizá lleva dos ó tres meses y recién ahora se refleja en el precio? Pero a mí como consumidor me afecta hoy, y entre lo que ganaba ayer y lo que gano hoy no hay un aumento del 11%. De nuevo interiormente tenemos sentimientos encontrados; ¿no ha sido excesivo el aumento? ¿no tendría que haber sido más escalonado? ¿no resulta prematuro? Y a su vez el comerciante sabe que tiene que abonar el reajuste salarial que la paritaria le ha marcado, ó dar un adelanto a cuenta a sus empleados porque el sueldo ya no les alcanza ó que la materia prima que utiliza es importada y le ha aumentado más que ese 11% que trasladó al precio de unos de sus productos ó que sus gastos familiares también le han aumentado. De nuevo, ¿dónde está el criterio de justicia? Muy difícil dar un valor objetivo, determinar el precio justo, en una situación de continua modificación de las condiciones económicas. Como dijera un economista, la inflación se parece a una hinchada en un partido de fútbol, donde una fila de espectadores se pone de pie para ver mejor, y lo que se logra no es ver mejor, sino que todos se pongan de pie y sigan intentando ponerse más arriba para mejorar su visión y así en forma indefinida.

Ni hablar de las relaciones laborales; comienza la carrera de los salarios (que suben por la escalera) contra los precios (que suben por el ascensor), con lo cual la conflictividad social va en aumento; el obrero siente que su remuneración no le alcanza, el empresario que necesita producir cada vez más para mantener en equilibrio la ecuación económica financiera de su negocio; nadie sabe dónde está lo justo del salario y lo justo de la ganancia empresaria. Y esa carrera suele ser aún más conflictiva en la familia, en una empresa individual ó en una pequeña empresa, cuando las relaciones de trabajo están enmarcadas en una relación más estrecha, cercana y de contacto personal diario.

Capítulo aparte merecería el tratamiento de otras tres cuestiones íntimamente ligadas entre sí y que son provocadas por la inflación: (i) la casi segura transferencia de riqueza de los más pobres hacia los más ricos; (ii) el empobrecimiento de toda la sociedad pero en especial de los más débiles y con menores recursos; y (iii) es más importante para la economía el campo financiero, la habilidad de cómo manejar los ingresos y ahorros, que el trabajo productivo y la creación de bienes y la prestación de servicios; la especulación es más rentable que la inversión.

Razones más allá de lo económico para erradicar la inflación.

La inflación afecta entonces de diversas maneras al tejido social, y por tanto no sólo se debe buscar una solución por razones económicas como serían equilibrar la balanza comercial, competitividad, el comercio exterior, el contar con reservas como respaldo del sistema monetario, el tener un medio de pago cancelatorio aceptado en el país y en el exterior, etc., sino, y por sobre dichas razones, por exigencia del bien común: que los miembros de la comunidad tengan paz en su vida diaria y puedan así desarrollar sus potencialidades en el ámbito económico.

Los gobernantes, como parte de su virtud propia que es la prudencia política, deben crear si no existe, y si existe mantener y fomentar, un estado de concordia ó de amistad en y entre los conciudadanos, buscando evitar ó en su caso remover aquellas situaciones que son causa ó razón de discordias, de conflictos, de malos entendidos, de disgustos, de choques, de violencia verbal y hasta física; deben tener por cometido crear y mantener un estado social que favorezca la plena realización de la persona, siendo la estabilidad de la moneda un punto significativo para ello; no por cierto el más importante, pero no por ello desdeñable.

La moneda tiene entre otras funciones, permitir el intercambio de bienes y fijar el valor de los productos; es por ello que una moneda estable favorece conocer qué es lo justo, facilita la realización de la virtud moral de la justicia que los clásicos definían como “dar a cada uno lo suyo” y se emparenta así con la vida virtuosa; parentesco mucho más cercano del que a primera vista puede creerse. Si no tengo estabilidad en la moneda, en cada relación comercial que se entabla una parte debe hacer un juicio acerca de lo que le es debido al otro, y ese otro se pregunta qué es lo que se le debe; ello no puede derivar sino en una fuente de discrepancias de muy difícil resolución y con consecuencias éticas poco deseables para el grupo social.

Donde hay justicia puede haber concordia, y sólo donde hay concordia habrá paz social.

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